Conocí Nueva York hace cuatro meses: viajé invitada por un festival de literatura, el PEN America. La ciudad me decepcionó. Era lo predecible porque Nueva York es un territorio de la imaginación y para mí ese territorio era The Bowery en los setenta, Union Square según la canción de Tom Waits, el Queensboro Bridge en Manhattan, de Woody Allen, las fotos del subte de Bruce Davidson, los obreros comiendo su almuerzo en las alturas mientras construyen un rascacielos, el edificio Radiator de la pintura de Georgia O’Keefe, el Upper West Side de El bebé de Rosemary, King Kong y el Desayuno en Tiffany’s, y el porno en Times Square y los ojos de Diane Arbus. No había mucho que la ciudad actual pudiera hacer pa