Ana Karenina

La culpa es mía, y, sin embargo, no soy culpable.

¡Y cómo le quería! ¡Cómo le quería, Dios mío! ¡Cómo le he querido!

el placer no está en descubrir la verdad, sino en el esfuerzo de buscarla.

Tal pregunta no tenía otra respuesta que la que la vida da a todas las preguntas irresolubles: vivir al día y procurar olvidar.

Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.

«No puedo vivir sin saber lo que soy y por qué estoy aquí. Y puesto que no puedo saberlo, no puedo vivir», se decía.

La culpa es mía, y, sin embargo, no soy culpable.

Él mismo afirma que desearía creer. Pues, ¿por qué no cree? Seguramente porque piensa demasiado. Y piensa tanto porque está mucho a solas. Siempre a solas, siempre…

muy al contrario, nuestra opinión es que el mal no está en esta supuesta hidra revolucionaria, sino en el terco tradiciona­lismo que retarda el progreso...» .

Con tal que haya salud y la conciencia esté sin mancha, todo lo demás nada importa.