El mal que nos corrompe ya no es la esterilidad del cuerpo, sino la del corazón. Queremos ser dueños de todo. Exigimos y reclamamos, y a esta sed de posesión la llamamos amor.
Pero, como Tú nos enseñas en el camino hacia el Gólgota, el amor no exige, aguarda; no persigue, acoge. El amor es sobrio y exigente, misericordioso y paciente. El amor, engendrado en lo más profundo del ser, es siempre signo de contradicción pues desvela los pensamientos del corazón. De modo implacable, separa lo que es verdaderamente fecundo de lo que finge serlo mediante la manipulación.