fotografiar todo cuanto hubiera sido tocado por ella. Desde sus figuritas de Lladró, la bacinica de peltre que guardaba celosamente debajo de la cama, hasta sus anillos de zafiro y sus pulseras de carey. ¿Te puedes imaginar, Ernesto, el infierno que vivimos?
Una semana después fue mi cumpleaños, no hubo ningún festejo, ni siquiera el pastel de Agustina que tanto me gustaba. El suéter amarillo que había pedido de regalo, tuvo que esperar guardado en un cajón hasta que pudiera usarlo. “Es demasiado llamativo”, dijo mi madre. Yo no quería que me pasara lo de mi amiga Pilar. Cuando murió su padre, le hicieron el uniforme de la escuela negro y así vistió durante un año completo. Su familia estuvo de luto por mucho tiempo. Nada más de pensarlo se me pone la carne de gallina.
Cuando