El cartesianismo hace mucho tiempo que murió. El pensamiento de Descartes, sin embargo, pervive y pervivirá mientras exista como guía de reflexión la libertad de pensar. Este principio constituye la más deliciosa fábula que el hombre pudo inventar, y eso se lo debe la humanidad, en buena parte, a Descartes y, especialmente, a estas dos obras que el lector tiene en sus manos. Leer a Descartes es uno de los mejores ejercicios para mantener vivo el más importante impulso de la filosofía moderna: una duda previa absoluta, un escepticismo como punto de partida del genuino saber. Con todo, el principal mérito del que pasa a ser el primer racionalista oficial de la historia de la filosofía, ha consistido en su matizada crítica al pensamiento dogmático. Nada, efectivamente, puede ser aceptado en virtud de una autoridad cualquiera. Este «héroe del pensamiento moderno», en palabras de Hegel, ha llevado a la filosofía por caminos apenas percibidos anteriormente, atreviéndose, por decirlo en palabras de D’Alembert, a «enseñar a las buenas cabezas a sacudirse el yugo de la escolástica, de la opinión, de la autoridad; en una palabra, de los prejuicios y de la barbarie y, con esta rebelión cuyos frutos recogemos hoy, ha hecho a la filosofía un servicio más esencial quizá que todos los que ésta debe a los ilustres sucesores de Descartes».