A veces me parecía que, sin nuestra escucha, Zahar Antonovich se habría secado, simplemente, como un árbol sin agua. Hay en el mundo gente así, gente que, si no cuenta cosas, no puede vivir. Para ellos, para esa gente siempre hermosa y a menudo loca, la vida debe ser una historia. Porque solo ahí, entre sus costillas blandas y mágicas, hacen ellos las paces con el mal y con el dolor, con las enfermedades y las traiciones, porque ellos lo saben. Saben que una historia no deja jamás las cosas sin resolver. Una historia —incluso la más breve, incluso la más triste— pone siempre buen cuidado en hacer justicia.