Ahora, mientras en la ciudad resuenan los balazos, estarás hundido en la cama, la de siempre, justo cuando ya me bajo del bus, cuando camino lo más enhiesta posible, cuando simulo que no, no me duele la espalda ni la rodilla derecha, ni uno de mis hombros, mientras intento aparentar en medio de una caminata vulgar que soy alguien que conozco y que controlo. Pero dudo. Dudo y vacilo ante el asombro que me provoca la posibilidad de ser una mujer a la que conozco y a la que controlo.