Buber veía a la nación como una cadena biológica de generaciones que venía desde la antigüedad hasta el presente, y sentía la conexión de la sangre elevándose desde un insondable pasado. Hay una buena cantidad de vaguedad cabalística en su manera de expresarlo:
La sangre es una fuerza educativa profundamente enraizada dentro del individuo [...]; las capas más profundas de nuestro ser están determinadas por la sangre [...]; nuestro pensamiento más recóndito y nuestra voluntad están influidos por ella. Ahora este individuo encuentra que el mundo que lo rodea es el mundo de las huellas y de las influencias, mientras que la sangre es el reino de una sustancia capaz de ser grabada e influida, una sustancia que absorbe y asimila todo en su propia forma [...]. Ahora, para él, el pueblo es una comunidad de hombres que fueron, son y serán, una comunidad de los vivos, los muertos y los que todavía no han nacido, que juntos constituyen una unidad [...]. No obstante, el que esta sustancia puede convertirse en una realidad para los judíos se debe al hecho de que su origen significa más que una simple conexión con cosas pasadas; ha plantado algo dentro de nosotros que no nos deja en ningún momento de nuestra vida, que determina cada tonalidad y color de nuestra vida, todo lo que hacemos y todo lo que nos sucede: la sangre, el estrato más profundo y potente de nuestro ser[9].
[mega-sic]