Es su amabilidad la que me deja sin respiración. Cree que estoy medio loco, que soy un idiota borracho que ha pasado la noche en el bosque y ha vuelto desvariando. Pero, en vez de enfadarse, me compadece. Eso es lo peor. La ira es sólida, tiene peso. Puedes golpearla con los puños. La compasión es una niebla en la que perderse. Me dejo caer en el sillón, acuno la cabeza en las manos.