Y al mirar fijamente en la extraña profundidad de esos ojos marrones, reparé en que el odio se había evaporado, ese odio que por alguna razón me había imaginado que se merecía aquella chica por el simple hecho de existir. Ahora que había dejado de respirar, que no percibía su olor, me costaba creer que alguien tan vulnerable pudiera ser merecedor de semejante odio alguna vez.