Esta es una poesía que no sólo descubre la hermosura de lo minúsculo o lo difícil de explicar, sino que crea belleza en el acto de nombrar. En pocos poetas como en Bracho la forma es el fondo y viceversa: cada palabra está colocada con una deliberación y un instinto excepcionales. La necesidad de belleza se añade a la de la precisión. Poeta del paisaje, de la eternidad contenida en un segundo, de la luz y el amor, Bracho es capaz de transformar la descripción de una avispa que sobrevuela el agua en una hermosa estampa que intenta develar la multiplicidad del tiempo. El talante filosófico o sensual no se desentiende de las heridas en la vida colectiva: el devenir histórico, la violencia que se esconde como una semilla venenosa en las acciones e ideas, la crueldad del mundo, el funcionamiento del poder político, el abismo en cuyo borde nos movemos, todo eso la preocupa y lo aborda sin aspavientos. Leer a Bracho es permitir la entrada en la conciencia de una poesía que como «la piedra / que va a caer / cambia el pozo / y el agua…» nos dejará más expuestos, más sensibles y más vivos.