«No existe el amor heroico, porque en el amor no puede haber hazañas. El heroísmo solo existe en la esfera social, nunca en la esfera personal», escribe el narrador de este libro, un joven traductor que, tras abandonar su trabajo en la industria minera y poner fin a su relación de pareja, viaja a Brasil para visitar a un amigo de infancia.
El viaje es una travesía geográfica, lingüística y emocional, en la que el protagonista desenreda los recuerdos de otros amores, otras amistades, otros libros y otras canciones. A medida que se deshilvana esa madeja que constituye la memoria, el relato hace hincapié en la vida como una suma de pérdidas. Porque crecemos de manera distinta, porque los excesos nos pasan la cuenta, porque los desengaños se hacen demasiados: múltiples causas alejan al protagonista de las personas con que guardaba hasta hace poco una relación estrecha, llevándolo a afirmar que «nadie está constituido por otra cosa que momentos, fotografías fuera de foco de una identidad en fuga».
Al igual que en Alameda tras las rejas, en Cuaderno esclavo Rodrigo Olavarría diluye las fronteras de los géneros literarios. El viaje a Brasil se fusiona con recuerdos universitarios y de su vida en el sur de Chile, y todo esto se ve atravesado por anotaciones en torno a lo que él llama «Notas para una antología de la forma», que son reflexiones de otros autores –Gombrowicz, Alfred Jarry, Flann O'Brien, Flaubert— sobre qué tienen en común el arte de la novela y la concepción de identidad. De esta forma, el libro contiene una serie de preguntas que cuestionan lo que estamos leyendo: ¿es este un testimonio? ¿O un diario? ¿Podemos llamar a esto que estamos leyendo, una novela?