Descubrí que lo que había deseado toda mi vida no era vivir –si se llama vida a lo que otros hacen–, sino expresarme. Comprendí que nunca había sentido el menor interés por vivir, sino sólo por lo que ahora estoy haciendo, algo paralelo a la vida, que pertenece a ella y al tiempo la sobrepasa. Lo verdadero me interesa poco o nada, tampoco lo real, siquiera; sólo me interesa lo que imagino ser, lo que había asfixiado día a día para vivir. Morir hoy o mañana carece de importancia para mí, nunca la ha tenido, pero no poder siquiera hoy, tras años de esfuerzo, decir lo que pienso y siento... eso sí que me preocupa, me irrita.