—La gente no cambia —afirmó Nina con amargura—. Simplemente, se vuelven más puntillosos a la hora de ocultar su verdadero yo.
Me mordí el labio, pensando en lo que acababa de oír. ¿Sería verdad? Yo sí que había cambiado… al menos, me decía a mí misma que lo había hecho. Era mucho más confiada, más autosuficiente. Cuando estudiaba, me apoyaba en mis amigos buscando autoestima y ayuda, porque quería ser una más del rebaño, quería encajar. Al final, había aprendido que aquello no era posible y, desde entonces, era mucho más feliz (aunque estaba más sola).