Odio que la gente se meta en mis asuntos, así que siempre supongo que los demás sentirán lo mismo. Pero a veces quieren volcarse contigo y entonces puedes parecer un poco fría y rara, apartándote de sus confidencias. Yo intento no juzgar nunca a nadie, no empujarlos a que me cuenten secretos ni repeler confesiones. Y en realidad, aunque no quiero oír sus historias insignificantes de celos y obsesiones extrañas, en parte también quiero incitarlos. Y esa parte mía es la que asiente mientras toma notas y lo va registrando todo. Es como abrir la parte de atrás de la máquina para ver los mecanismos expuestos, funcionando en su interior. Hay una cierta decepción en la banalidad de lo que hace funcionar a la gente, pero al mismo tiempo resulta también fascinante ver las ruedas dentadas y los resortes interiores.
El problema es que al día siguiente, casi invariablemente, están resentidos contigo por haberlos visto desnudos y expuestos. De modo que yo soy deliberadamente reservada y elusiva, intentando no alentarlos demasiado. Pero no me funciona, no sé por qué. A menudo acabo en un rincón, en las fiestas, escuchando el largo relato de cómo fulanito y zutanita la cagaron, y luego él dijo tal y cual, y luego ella cortó con él, y luego su ex hizo lo de más allá…