ser consciente de sus actos, Michael, se encontró de pie y con el corazón latiendo más deprisa de lo normal; se sentía un poco aturdido y notaba que la sangre bullía en su cuerpo. Percibía intensamente los mil perfumes de la isla; el aire olía a naranja, a limón y a flores. El cuerpo no le pesaba. Se sentía en otro mundo. Por fin, oyó la risa alegre de los dos pastores.
—¿Ha sido atacado por el rayo, eh? —dijo Fabrizzio, dándole una palmada en el hombro.
Incluso Calo comentó en tono amistoso:
—Tómeselo con calma.