Blake, precursor de Byron o Keats, se anticipó en el rechazo a lo neoclásico y si algo puede definirlo es su defensa de la imaginación frente a la razón. Consideraba que las formas ideales debían construirse no a partir de la observación de la naturaleza sino de las visiones interiores. Sus poemas más voluntariosos, fragantes, directos y elocuentes aparecieron en Canciones de inocencia, texto publicado en un año que es todo un símbolo, 1789. Pero pronto Blake perdió la fe en el ser humano. En 1794 publicó Canciones de experiencia, una obra del mismo estilo lírico, una vuelta de tuerca sobre muchos de los temas y lemas de su libro anterior. Lo normal ahora es publicar ambas series como un texto conjunto debido a las analogías formales que presentan las mismas. Pero en realidad inocencia y experiencia siempre han sido distintas, inocencia y experiencia se complementan como «los dos estados opuestos del alma humana». La inocencia de la niñez (cuánto recuerda a las ideas de Leopardi) frente al camino pertubador hacia la nada de la vida adulta. La corrupción necesaria, la transgresión del conocimiento. La verdadera inocencia que resulta imposible sin la experiencia, transformada por la fuerza creativa de la imaginación humana.