En medio de este caos de credos, doctrinas y partidos, ¿quién, entonces, posee la verdad? Aquel que la vive. Aquel que la practica. Quien, habiéndose elevado por encima del pandemónium y dominándose a sí mismo, ya no se ocupa de lo terrenal, sino que se sienta aparte, tranquilo, quieto, en paz y dueño de sí mismo, liberado de toda lucha, de todo prejuicio y de toda reprobación, y ofrece a todos el amor desinteresado y alegre de la divinidad que está en su interior.