«Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la cara y la cruz de la misma moneda echada al aire, pero si sale cara es todavía más absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir», comenta uno de los personajes de esta historia. De hecho, la protagonista y narradora, una chica de 35 años que acaba de perder a su madre y busca un difícil acuerdo entre las heridas del pasado y la sed de presente, a lo que se enfrenta sobre todo es a la extrañeza de seguir viva y manteniendo abierta la curiosidad ante lo inexplicable. Una curiosidad atizada continuamente por los dispares personajes secundarios que jalonan el relato y que van dando pie al discurso quebrado de esta aguda, contradictoria y delirante joven. Tras una etapa en que cultivó el rock y se enfrascó en amores tempestuosos, se entrega ahora, para huir de sus propios enigmas, a investigar los de un extravagante aventurero dieciochesco cuyos embustes rozan el patetismo. Esta pesquisa de archivo provoca la que se le va imponiendo –lo quiera o no— sobre la propia infancia, las relaciones entre sus padres y los sentimientos que la mantienen cada vez más unida a un singular arquitecto, con quien convive.