Diario del afuera

Así nació este Diario del afuera, que continué hasta 1992. No se trata de un reportaje, ni de un estudio de sociología urbana, sino de un intento de captar la realidad de una época

individuos anónimos que no saben que conservan parte de mi historia, en rostros, en cuerpos que nunca vuelvo a ver. Sin duda, soy yo misma, entre la multitud de las calles y de las tiendas, portadora de la vida de los otros.

contrario que en el teatro, en esta escena los espectadores evitan mirar a los actores y fingen no oír nada. Incómodos ante la vida que se ofrece como espectáculo y no a la inversa.

escuela, en la mesa familiar, cuando el futuro era un gran sueño, cada noche, al irse a dormir?

partir de qué momento, cuando uno ya no tiene domicilio ni trabajo, la mirada de los demás deja de impedirnos hacer cosas naturales pero relegadas en nuestra cultura? ¿Cómo empieza la indiferencia por los «modales» aprendidos de niño en la

Desear llevar encima algo de esa belleza es tan legítimo como querer respirar aire puro.

ninguna compasión, naturalmente, sabiendo muy bien que ese desamparo no es de verdad —el real no tiene palabras y no se escoge— y que a ellos les encantaría «decaer», es decir, escribir. La escritora también lo sabe, sabe que la gente la envidia. En el fondo de todas las mentes, la verdad está en su sitio.

desaparecido del paisaje del éxito: aniquilado, anulado, NULO. Esta palabra apareció con el liberalismo de los años ochenta. Define al infrahombre, al subhumano según esa época.

Toda la reprobación ante los lugares sucios se traduce en ese desbordamiento teatral de la limpieza, y las mujeres se sienten obligadas a dejar el lugar tan limpio como lo han encontrado:

Una joven desempaqueta sus compras en el RER: una blusa, unos pendientes. Los mira, los toca. Escena frecuente. Felicidad por poseer algo bello, el deseo de belleza colmado.