La adquisición de conocimiento es una práctica habitual al ser humano. A lo largo de nuestra vida, adquirimos y utilizamos numerosos conocimientos que resultan de gran utilidad para nuestra vida cotidiana,1 o que permiten que nos desarrollemos adecuadamente en ámbitos como el laboral o el académico. Sin embargo, en algunas ocasiones, nos damos cuenta de que las cosas que creemos conocer no son tan simples, que la certeza de algunas afirmaciones puede ser puesta en tela de juicio o negarse por completo.2 En torno al conocimiento, y a la generación del mismo, se generan, muchas veces, situaciones problemáticas, debido a que la verdad respecto de la realidad (de un objeto, de un grupo social, de un fenómeno, de una situación, etc.) no suele revelarse siempre de forma sencilla ante nosotros; requiere ser buscada de forma activa y conciente a través de un trabajo de indagación sobre aquello que queremos conocer.3 Es en estos casos que el conocimiento que se espera alcanzar requiere llevar a cabo una actividad particular: la investigación.