El segundo incidente ocurrió una noche de fuerte lluvia en una sinuosa carretera rural. Un coche que venía en sentido contrario no puso las luces cortas y me cegó. Pensé que íbamos a chocar de frente, pero en el último momento salté de la moto (una expresión de ridícula suavidad para una maniobra que podía salvarme la vida, pero que también podía ser fatal). Dejé que la moto fuera en una dirección (no colisionó contra el coche, pero quedó destrozada) y yo en otra. Por suerte, llevaba casco, botas y guantes, así como un traje completo de cuero, y aunque me deslicé unos veinte metros sobre la carretera resbaladiza por la lluvia, al ir tan bien protegido no me hice ni un rasguño.
Mis padres se quedaron horrorizados, pero también contentos al verme de una pieza, y, por extraño que parezca, no pusieron ninguna objeción a que me comprara otra moto más potente: una Norton Dominator de 600 cc. Por entonces ya había acabado mis estudios en Oxford y estaba a punto de trasladarme a Birmingham, donde había conseguido un trabajo de cirujano residente para los primeros seis meses de 1960. Tuve la precaución de alegar que, ahora que acababan de inaugurar la autopista M1 entre Londres y Birmingham, con una moto rápida podría pasar todos los fines de semana en casa. En aquella época no había límite de velocidad en las autopistas, de manera que podía hacer el viaje en poco más de una