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Oliver Sacks

En movimiento. Una vida

  • Liliana M.has quoted3 years ago
    Pero sus palabras me persiguieron durante gran parte de mi vida, y tuvieron una gran importancia a la hora de inhibir e inyectar un sentimiento de culpa en lo que debería haber sido una expresión libre y gozosa de la sexualidad.
  • Liliana M.has quoted3 years ago
    La vida hay que vivirla hacia delante, pero sólo se puede comprender hacia atrás.
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    Yo nunca me hice el gallito, pero me encantaba participar en alguna carrera por carreteras secundarias; mi «Dommie» de 600 cc tenía un motor un poco trucado, pero no podía alcanzar a una Vincent de 1.000 cc, la preferida del grupito principal del Ace. Una vez me monté en una Vincent, pero la encontré terriblemente inestable, sobre todo a poca velocidad, muy distinta de mi Norton, que tenía una estructura de «colchón de plumas» y era maravillosamente estable a cualquier velocidad. (Me preguntaba si se podría colocar el motor de una Vincent en el chasis de una Norton, y años más tarde descubrí que se habían construido «Norvins» como las que yo imaginaba.) Cuando introdujeron los límites de velocidad, ya no se podían coger los cien; se acabó la diversión, y el Ace ya no fue lo mismo que antes.
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    En la década de 1950, en la North Circular Road que da la vuelta a Londres no había límite de velocidad, por lo que resultaba muy atractiva para aquellos a los que les gustaba correr. Había un famoso café, el Ace, que era básicamente un lugar frecuentado por motoristas de máquinas rápidas. «Coger los cien» –ir a cien millas por hora– era el criterio mínimo para formar parte del grupito principal, los Chicos a Cien.

    En aquella época había muchas motos que podían llegar a los cien, sobre todo si se retocaban un poco: se les quitaba algo de sobrepeso (incluyendo el tubo de escape) y se les ponía gasolina de alto octanaje. Más arriesgado era el «quemar motores», una carrera por las carreteras secundarias, y nada más entrar en el café corrías el riesgo de que te lanzaran ese desafío. «Hacerse el gallito», sin embargo, tampoco estaba bien visto; en la North Circular, incluso en aquella época, a veces había mucho tráfico.
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    de 1960 incluso estuve en la TT, la gran carrera de motos Tourist Trophy que se celebraba anualmente en la Isla de Man. Conseguí hacerme con un brazalete del Servicio Médico de Emergencia, lo que me permitió visitar los boxes y ver a algunos de los participantes en la carrera. Tomé notas detalladas, e incluso planeé escribir una novela sobre carreras de motos ambientada en la Isla de Man –para la cual investigué muchísimo–, aunque la cosa nunca llegó a cuajar.1
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    hora.

    En Birmingham conocí a unos motoristas, y probé el placer de formar parte de un grupo, de compartir un entusiasmo; hasta ese momento había sido un motorista solitario. La campiña alrededor de Birmingham conservaba todavía su belleza, y me encantaba desplazarme hasta Stratford-on-Avon para ver cualquier obra de Shakespeare que se estuviera representando.

    En junio d
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    El segundo incidente ocurrió una noche de fuerte lluvia en una sinuosa carretera rural. Un coche que venía en sentido contrario no puso las luces cortas y me cegó. Pensé que íbamos a chocar de frente, pero en el último momento salté de la moto (una expresión de ridícula suavidad para una maniobra que podía salvarme la vida, pero que también podía ser fatal). Dejé que la moto fuera en una dirección (no colisionó contra el coche, pero quedó destrozada) y yo en otra. Por suerte, llevaba casco, botas y guantes, así como un traje completo de cuero, y aunque me deslicé unos veinte metros sobre la carretera resbaladiza por la lluvia, al ir tan bien protegido no me hice ni un rasguño.

    Mis padres se quedaron horrorizados, pero también contentos al verme de una pieza, y, por extraño que parezca, no pusieron ninguna objeción a que me comprara otra moto más potente: una Norton Dominator de 600 cc. Por entonces ya había acabado mis estudios en Oxford y estaba a punto de trasladarme a Birmingham, donde había conseguido un trabajo de cirujano residente para los primeros seis meses de 1960. Tuve la precaución de alegar que, ahora que acababan de inaugurar la autopista M1 entre Londres y Birmingham, con una moto rápida podría pasar todos los fines de semana en casa. En aquella época no había límite de velocidad en las autopistas, de manera que podía hacer el viaje en poco más de una
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    Con mi primera Norton, que tenía un motor de 250 cc, estuve a punto de tener un par de accidentes. El primero tuvo lugar cuando me acerqué a un semáforo en rojo demasiado deprisa y, al comprobar que no sería capaz de frenar ni girar con seguridad, seguí en línea recta y de manera un tanto milagrosa pasé entre dos hileras de coches que avanzaban en direcciones opuestas. La reacción llegó un minuto después: recorrí otra manzana, aparqué la moto en una calle lateral y me desmayé.
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    Para empezar, mi madre había manifestado su enérgica oposición a que me comprara una moto. Eso ya me lo esperaba, pero me sorprendió la oposición de mi padre, pues él también tenía una. Intentaron disuadirme de que me comprara una moto regalándome un pequeño coche, un Standard 1934 que apenas alcanzaba los sesenta kilómetros por hora. Llegué a odiar aquel cochecillo, y un día, de manera impulsiva, lo vendí y utilicé las ganancias para comprarme la Bantam. Ahora tenía que explicarles a mis padres que un coche o una moto pequeños y poco potentes eran peligrosos porque no tenían la potencia necesaria para sacarte de un apuro, y que resultaba mucho más seguro ir en una moto más grande y potente. Accedieron a regañadientes y me financiaran una Norton.
  • Itzel Casaña Floreshas quotedyesterday
    La primera moto que tuve, a los dieciocho años, fue una BSA Bantam de segunda mano con un pequeño motor de dos tiempos y –como comprobé más tarde– unos frenos defectuosos. Fui con ella hasta Regent’s Park en el viaje inaugural, cosa que fue una suerte y posiblemente me salvó la vida, porque el acelerador se atascó cuando iba a toda pastilla y los frenos no tuvieron fuerza suficiente para detener el vehículo y apenas conseguí aminorar un poco la velocidad. Regent’s Park está rodeado por una carretera, y me encontré dando vueltas y vueltas, montado en una moto que no podía detener de ninguna manera. Hacía sonar la bocina o chillaba para gritar a los peatones que se apartaran de mi camino, pero después de haber dado dos o tres vueltas todo el mundo me dejaba vía libre y me lanzaba gritos de ánimo cuando veían que pasaba otra vez. Sabía que la moto acabaría parándose cuando se agotara la gasolina, y después de docenas de involuntarias vueltas al parque el motor petardeó y se detuvo.
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