El nihilismo, tal como yo lo entiendo, tiene dos dimensiones fundamentales. La más visible es la física: una pulsión destructiva de cosas y personas, una noción que a veces resulta muy útil a la hora de estudiar la guerra. La segunda dimensión es conceptual, pero no menos esencial, sobre todo cuando consideramos el destino de las sociedades y la reversibilidad o no de su decadencia: el nihilismo tiende irresistiblemente a destruir la noción misma de verdad, a prohibir cualquier descripción razonable del mundo. En cierto modo, esta segunda dimensión coincide con la interpretación más común del término, que lo define como un amoralismo derivado de la ausencia de valores.