La Academia

Con el corazón latiéndole con fuerza, Twelve añadió algo que nunca habría pensado que escribiría:

—Llegar a ser una persona importante.

Y luego apartó la pluma del papel, como si fuera un cuchillo

Si yo consigo llegar a ser Húsar y tú Camarera

Twelve y Seventy Stephen pertenecían a una tercera facción, la peor de todas: la de los niños que buscaban justicia aunque, al ser huérfanos, aún no sabían distinguirla bien de una simple venganza.

Twelve sabía que, igual que ella se sentía observada, también lo hacía Andrew One, que sin duda entraría a formar parte de los Alquimistas, o Eleanor Twenty, que podría llegar a ser Organizadora y quizá un día ayudaría a los nobles a gobernar la ciudad...

Nunca había salido de allí.

Un lobo que sonreía a un zorro.

¿Me lo prometes con el meñique? —La niña, en la oscuridad, sacó una mano de debajo de las mantas y estiró el meñique, el gesto del juramento supremo de los niños.

Pero ¿cuál era su forma de ser, en realidad? ¿Alguna vez se había parado a pensarlo?

No todos los Ladrones operan en la oscuridad.

Y permanecen colgados de las Cuerdas de la Deshonra. Es verdad. Pero un Ladrón, en su interior, aunque quede prisionero de las Cuerdas, aunque lo sometan al escarnio público, siempre es libre. Ama tanto las leyes que crea las suyas propias. Y solo tiene una frontera: la de su valor, su inteligencia y su pericia.