La primera novela de Vicente Leñero (1933) es un cauce de voces que nos envuelve y nos arrastra al sinsentido; vértigo que se nos presenta en forma de lenguaje; mar de expresiones de dolor y de angustia, mar que ensordece, mar que envuelve; ruptura de la lógica que encuentra su propia voz, su coherencia propia. Leñero nos coloca frente a nosotros mismos y a nuestro lenguaje, sólo para demostrarnos nuestra fragilidad.