otra cosa que de la alta virtud de la hermana Virgilia. Como la orden de las Oblatas, a la cual pertenecía, religiosas pasar aproximadamente los dos r tercios del año en casa de sus padres, la hermana veía diariamente al cardenal de Médicis cuando éste estaba en Florencia.
Dos cosas causaban el asombro de esta ciudad, dada a las voluptuosidades, en estos amores de un príncipe joven, rico y autorizado a todo por el ejemplo de su hermano: la hermana Virgilia, dulce, tímida y de una inteligencia más que corriente, no era bonita, y el joven cardenal no la había visto nunca sino en presencia de dos o tres mujeres fieles a la noble familia Respuccio, a la cual pertenecía esta singular amada de un joven príncipe de la sangre.
El gran duque Francisco murió el 19 de octubre de 1587 por la noche. El 20 de octubre, antes del mediodía, los más grandes señores de su corte y los más ricos negociantes (pues debemos recordar que los Médicis no habían sido en su origen más que negociantes; sus padres y los personajes más influyentes de la corte estaban todavía metidos en el comercio, lo que impedía a estos cortesanos ser del todo tan absurdos como sus colegas de las cortes contemporáneas) se personaron, el 20 de octubre por la mañana, en la modesta casa de la hermana oblata Virgilia, la cual se quedó muy sorprendida de esta concurrencia.
El nuevo gran duque Fernando quería ser prudente, razonable, útil a la felicidad de sus súbditos; quería sobre todo desterrar la intriga de su corte. Al subir al poder se encontró vacante la más rica abadía de mujeres de sus estados, la que servía de refugio a todas las doncellas nobles que sus padres querían sacrificar al esplendor de la familia, y a la cual daremos el nombre de abadía de Santa Riparata; no vaciló en nombrar para este cargo a la mujer que él amaba.
La abadía de Santa Riparata pertenecía a la orden de San Benito, cuyas reglas no permitían a las religiosas salir del claustro. Con gran asombro del buen pueblo de Florencia, el príncipe cardenal no se veía con la nueva abadesa, pero, por otra parte, por una delicadeza de alma que fue advertida y puede decirse que generalmente censurada por todas las mujeres de su corte, no se permitió nunca ver a una mujer a solas. Cuando este plan de conducta fue bien observado, las atenciones de los cortesanos iban a buscar a la hermana Virginia hasta su convento, y creyeron notar que, pese a su extremada modestia, no era insensible a esta atención, la única que su acendrada virtud permitía al joven