El leitmotiv «esto no es cine», sobre el que reflexionábamos al principio de este libro, es mucho más que un capricho jactancioso de los cinéfilos: también es un argumento esencial de su identidad. Solo unas pocas imágenes (las más puras) están llamadas a formar parte de su historia. Desconocemos sus cualidades, pero sabemos todo lo que no son: el cine no es televisión, no es YouTube, no es la retransmisión de un partido de tenis, no es ralentización, no es digital, no son superhéroes, no es la guerra, etcétera. A fin de cuentas, no es gran cosa: apenas un rinconcito prestigioso del amplio territorio de las imágenes, demasiado frágil para definirse positivamente. Prolongando la metáfora humanizadora, todas las imágenes nacen iguales y libres; el cine no es más que la historia de su opresión.