¡Viva la muerte! es el grito de Millán Astray, fundador de la Legión. En efecto, vive la muerte podía ser la triste constatación de su rival, Miguel de Unamuno, en la ceremonia que tiene lugar en la Universidad salmantina en 1936. Pese a su disparidad, entre la mística necrófila del fascismo y el pesimismo de la inteligencia, se aprecia una base común: la abrumadora presencia de lo macabro en la cultura y política españolas del siglo XX.
Sus raíces son profundas. Lo macabro desempeña un papel crucial en nuestra cultura, desde las danzas de la muerte medievales a la vanitas barroca (Valdés Leal), desde el suicidio romántico (Larra) a la recreación de la España negra (Regoyos), desde la estética de lo sórdido (Solana) al tremendismo (Cela). A su vez, lo macabro ha tenido una incuestionable dimensión política como arma de intimidación antes, durante y después de la Guerra Civil, y como instrumento de reafirmación y propaganda (la necrofilia franquista).
Ahora, en nuestros días, la memoria histórica se polariza en la oportunidad o no de exhumar fosas comunes. Lo macabro nos espanta, atrae y desconcierta, pues limita al norte con el horror, al este con la ira, al oeste con el asco y al sur con el humor negro. Nadie ha visto jamás una calavera seria.