En el mundo del capitalismo tardío, voraz e inclemente, la felicidad se impone como una meta alcanzable. En ese sentido, se instalan varios imperativos: ahuyentar el dolor, espantar el sufrimiento, alejar la pena por todos los medios posibles (comenzando por negar esas sensaciones y emociones), imponerse pensamientos “positivos”, enfatizar la alegría y esconder la tristeza. En suma, se trata de evitar el ejercicio de pensar. El resultado, paradójicamente, es una población cada vez más infeliz y solitaria.
Pero ¿existe, entonces, la felicidad? Sí, pero no es la que nos venden como un espejismo de diversión ilusoria. La verdadera felicidad no es sensual, sino emocional y espiritual. La verdadera felicidad proviene de sumergirse en la aguas existenciales, de no rehuir las preguntas de la vida, de entablar un vínculo significativo con los otros y de abrazar por momentos una soledad transitoria y necesaria.
En La soledad de los felices, Sergio Sinay diagnostica con precisión el malestar de la existencia contemporánea y ofrece un camino de reflexiones y lecturas para salir del ostracismo autoinfligido.