El hombre moderno, que vive al margen de la fe, de la posibilidad de convertir su deseo de Dios en un deseo consciente, se ahoga en su propio planteamiento, que ve el amor físico como un fin en sí mismo. De ahí que lo sentimentalice, se regodee y luego lo trate con cinismo. O en el caso de un artista como Proust, que se dé cuenta de que es lo único que merece la pena [en la] vida, pero que, al concebirlo sin propósito, [es decir] accidental, el deseo decepcione una vez que se ha satisfecho. El concepto de deseo en Proust es así, porque él lo transforma en el punto culminante de la existencia, que lo es, pero sin ningún tipo de finalidad sobrenatural. Se hunde y se hunde en el inconsciente, hasta su mismo abismo, que es el infierno. Sin duda alguna el infierno está ubicado en el inconsciente, aunque también lo esté el deseo de Dios. El deseo de Dios quizá está en una super-consciencia inconsciente. Satanás cayó en su libido, o su ello, cualquiera que sea el término freudiano más adecuado