El negro gritaba aterrado y enseguida lo recogieron entre dos o tres y lo llevaron a un hospital. Dejaron el pellejo fálico en el piso, pero una viejita lo recogió, lo puso dentro de una bolsita plástica y se los alcanzó gritando: «¡Llévense esto pa’ que se lo peguen otra vez! ¡Que Dios lo proteja!»