Es el poeta un fiel testigo de las artes, su virtud es el éxodo y su convicción cambiar el mundo. A través de la palabra y el convencimiento adiestró legiones de versos para que lo acompañaran en un largo viaje. Su sabiduría comenzó a llenar la tierra. Nada podía detenerlo. Por el don supremo recibido realizó grandes proezas y expuso estilos novedosos. Logró suficiente admiración. Porque donde la palabra de las artes abunda, nace la esperanza; donde nace la esperanza, se vislumbran las obras; y donde están las obras, la prosperidad es evidente.
Iluminar las sombras y alumbrar al mundo, este es el propósito del poeta. En su amor está la paz y en su vigor está la vida. Las artes siempre lo defienden. Si los demonios lo derriban, se levantará con más fuerza. Ahora bailan de alegría por su aparente derrota. Pues son ellos, los demonios, alimentados por la envidia y el rencor, quienes lo han tomado por enemigo y han decido enfrentarlo. No contentos con las amenazas y las calumnias han encontrado la forma de entregarlo a la justicia de las muchas academias, gobernada por aquel dragón escarlata que pretende dominar la formación del conocimiento artístico y científico. El castigo es injusto y es brutal, como ninguno cometido contra nadie jamás antes.
Pero los hombres valientes no se preocupan por los riesgos de la muerte sino por la honradez de sus acciones. Aunque pretenda otra cosa el dragón escarlata. En el juicio se vislumbrará la apología de los versos. Muchos de ellos preparados, llenos de rima, admirables por su decadencia; otros tantos, con espíritus valientes e inquebrantables. Donde se defenderá al poeta con el fin de prevenir una condena inmerecida. Y si no hay libertad para los que buscan construir sus propios caminos, la esperanza de promesas venideras trascenderá la muerte y la censura… Escuchemos al poeta. ¡Todos somos poesía!