Teatros repletos, giras por el país y aplausos extranjeros no fueron suficientes para que varios boleristas populares chilenos tuvieran en los años cincuenta y sesenta el reconocimiento merecido. Su éxito era prueba viva de un fenómeno, pero de este casi no quedan registros. Impecables como intérpretes, su repertorio romántico destemplado —con citas a la muerte, la consolación de bar y la desesperanza a la que puede arrastrarnos una pasión— les granjeó el afecto sincero de su audiencia, mas nunca el orgullo de los medios ni la consideración de los especialistas.
Se les llamó, con desprecio, «cebolleros». Cantantes como Ramón Aguilera, Rosamel Araya, Luis Alberto Martínez, Lucho Barrios y Jorge Farías debieron cargar durante gran parte de su trayectoria con un mote de estigma público, que pasó por alto el enorme valor de su cuidado estilo en la interpretación de boleros y valses peruanos. Fue como si su canto quedase relegado al disfrute privado, casi en secreto; a resguardo de prejuicios instalados sobre melodrama, cursilería y el límite de la expresión sentimental en público.
“Llora, corazón” sigue la historia de esos muchos cantores apasionados, que acompañaron el ritmo sentimental del Chile de la segunda mitad del siglo XX, y cuyas grabaciones han influido profundamente la canción popular local hasta hoy. Este recorrido de crónica periodística, el primero que merece el género, retrata una intimidad de esforzado compromiso con la música, ajeno a los complejos de clase sobre buen y mal gusto, y cómplice del entusiasmo transversal al reconocerlo y cantarlo.