Ay, dioses! No os pido que me dejéis la juventud, pero sí sus virtudes, el rencor desinteresado, la lágrima abnegada. ¡No permitid que me vuelva un vejestorio refunfuñón que regaña, envidioso, a los espíritus más jóvenes o un abatido llorón que no para de berrear por los buenos tiempos de otrora…