Un día, san Kevin rezaba arrodillado y con los brazos en cruz en Glendalough, un pueblo del montañoso condado de Wicklow. Al ver al santo sumido en plegarias, un mirlo se posó en uno de los brazos estirados, depositó sus huevos y empezó a hacer el nido, como si de una rama de árbol se tratase. Kevin permaneció inmóvil largas horas, días y semanas sin encoger el brazo, hasta que a los polluelos, que finalmente salieron de los huevos, les crecieron las alas. «A despecho del sentido común, quedó fiel a la vida»,* «unido a ella por una red eterna».*