surge una vez más una pregunta. En el cenáculo Cristo entrega a los discípulos su cuerpo y su sangre, es decir, a sí mismo en la totalidad de su persona. Pero ¿puede hacer esto? ¡Todavía está físicamente entre ellos, frente a ellos! He aquí la respuesta: en ese momento, Jesús hace lo que había anunciado en su sermón sobre el buen pastor: «Nadie me quita la vida; sino que yo por mí mismo la doy; tengo poder para darla y tengo poder para recobrarla» (Jn 10,18). Nadie le puede arrebatar su vida: la entrega él mismo. En este momento anticipa la crucifixión y la resurrección. Lo que allí, por así decirlo, le sucederá físicamente, se consuma por anticipado en la libertad de su amor. Entrega su vida, y la recupera en la resurrección para poder repartirla por siempre.