Esta es una novela mínima, poco más que un cuento, en la que esa fantasía que llamamos amor, enreda a su protagonista desde los bellos ojos de un cuadro misterioso, y lo conduce hacia (más bien, lo estampa contra), la que indefectiblemente será su Dulcinea, la moderna Nadia. Pero una vez cumplida su misión, el cuadro se resiste a desaparecer, manteniendo su protagonismo como encarnación de esa fantasía.
Desde esta reivindicación del amor romántico, el autor rescata los versos de Lope de Vega, en los que el Fénix de los Ingenios nos recuerda que,
El Amor se ha de tener
A donde se pueda hallar;
Que como no es elección,
Sino solo un accidente,
Tiénese donde se siente,
No donde fuera razón.
Así era entonces, y así es hoy.