Los padres de Bertín Bracho querían que, de grande, su hijo fuera neurocirujano. Pero Bertín tenía otros planes. ¿Por qué no encantador de serpientes? Así que con el dinero que recibió al vender su regalo de cumpleaños, se fue a la tienda de mascotas a comprar una víbora pinta. Y, ¡tenía que ser!, escogió precisamente la única víbora mágica que había en la tienda.