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David Simon

Homicidio

El escenario es Baltimore. No pasa día sin que algún ciudadano sea apuñalado, apalizado o asesinado a tiros. En el ojo del huracán se encuentra la unidad de homicidios de la ciudad, una pequeña hermandad de hombres que se enfrenta al lado más oscuro de Estados Unidos.
David Simon fue el primer periodista en conseguir acceso ilimitado a la unidad de homicidios. La narración sigue a Donald Worden, un inspector veterano en el ocaso de su carrera; a Harry Edgerton, un iconoclasta inspector negro en una unidad mayoritariamente blanca; y a Tom Pellegrini un entusiasta novato que se encarga del caso más complicado del año, la violación y asesinato de una niña de once años.
Homicidio se convirtió en la aclamada serie de televisión del mismo nombre y sirvió de base para la exitosa The Wire.
1,071 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2016
Publication year
2016
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Impressions

  • Mitsuki.-shared an impression3 years ago
    👍Worth reading

  • Henri López Pinedashared an impression3 years ago
    👍Worth reading

Quotes

  • paulamillan0228has quotedlast year
    mínima distancia respetable de la escena del crimen
  • paulamillan0228has quotedlast year
    ciudad. Landsman asiente sin mucha convicción, y Pellegrini cruza la calle Gold, caminando con cuidado para evitar las placas de hielo que cubren buena parte de la intersección. A estas alturas ya es madrugada, las dos y media, y la temperatura está muy por debajo de los cero grados. Un viento frío golpea al inspector en el centro de la calzada, a pesar de su abrigo. Al otro lado de la calle Etting se han reunido los vecinos para ver qué pasa, hombres jóvenes y adolescentes dejándose ver y esforzándose
  • paulamillan0228has quotedlast year
    El hombre está tirado de espaldas, con las piernas en la alcantarilla, los brazos parcialmente extendidos y la cabeza hacia el norte, cerca de una casa adosada que hace esquina. Los ojos, de un marrón oscuro, están fijos bajo los párpados entrecerrados, con esa expresión de vago reconocimiento tan común en los recién fallecidos violentamente. No es una mirada de horror o consternación, ni siquiera de angustia. La mayoría de las veces la última expresión del rostro de un hombre asesinado se parece a la de una colegiala nerviosa que acaba de comprender la lógica de una ecuación sencilla.
    —Si aquí no hay nada más —dice Pellegrini—, voy a ir al otro lado de la calle

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