el trauma del abandono siempre te lleva a idealizar al otro, a convertirlo a conciencia en más perfecto, más humano, más deseable, más irremplazable. Lo hacemos, me dijo, para causarnos más daño. Ese ideal nos abruma, es un insulto a nosotros mismos, que durante meses o años nos imposibilita querer a nadie más y nos hace mirar a los hombres y las mujeres como pastiches lamentables del ser insustituible que acabamos de perder.