La idea de este libro es que en 1968 la Ciudad de México fue un museo del universo. Y éste sería de tal riqueza que acabó exhibiendo no sólo lo imaginado con antelación por una improbable mente maestra, sino aquello que arrastró el fluir desordenado de otras historias. Exudando la desmesura y el acierto, el entusiasmo y el espanto, la esperanza y la decepción, el museo, nuestro museo, acabó por exhibir dos de nuestras experiencias más universales: los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil.