Servil con los de arriba, cabrón con los de abajo; no meter las manos sin antes ver de quién era el fundillo; tener muchos amigos y muchos casi amigos; joder al distraído, pegar duro y pegar dos veces, estar siempre dispuesto; vender al mejor cuate; hablar como si se la supiera; no fracasar y cuando se fracasaba, mover el escenario lo suficiente para que se dijera que ahí no había sido; ser tan listo como el que más pero sin pasarse; controlar la bragueta con la vieja ajena; repartir las ganancias; sobrevivir pisando huevos, cráneos, manos, sesos, sangre. En 1976 había llegado, y decidió que quería quedarse ahí, pero ya tocaba armar un negocio propio en el que se repartiera menos. Si en la historia de los narcos colombianos no le iba a quedar más de la cuarta parte, porque para arriba se iba la mitad y para abajo la mitad de la mitad, en los bancos de Reyes, se iba a quedar con todo. Una vez que decidió eso, en su despacho pusieron una alfombra malva, asistió a un curso de sistemas policiacos en Indianápolis y se compró varias corbatas italianas.