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Books
Roberto Calasso

La marca del editor

En una época de aplanamiento de las categorías, de fácil acceso a una supuesta biblioteca universal digitalizada (en verdad, fragmentaria y caótica), el editor tiende a ser visto como un intermediario innecesario entre el escritor y el lector. Este breve volumen de Roberto Calasso viene a rebatir punto por punto ese y otros graves errores de los adalides de la inmediatez, la velocidad y el rendimiento monetario como categorías absolutas. Apoyado en su excepcional situación, en el cruce entre el gran editor –dirige desde hace muchos años un sello italiano tan prestigioso como Adelphi, una referencia internacional— y el escritor de enorme cultura y agudeza crítica –por mencionar sólo sus últimos trabajos, ha escrito libros ya clásicos sobre Kafka, Baudelaire, Tiepolo y sobre la mitología hindú (todos ellos publicados por Anagrama)–, Calasso adopta una posición lúcida y comprometida, argumentada y avalada por su propia trayectoria. Al glosar la figura de los grandes editores europeos y estadounidenses del siglo XX, Calasso muestra la importancia decisiva que sellos como Gallimard, Einaudi, Suhrkamp o Farrar, Straus & Giroux han tenido en la formación de un criterio y un público lector, en el ordenamiento y la separación del grano de la paja en lo que a literatura se refiere. Calasso argumenta su idea de «la edición como género literario»: un editor de la estirpe a la que él pertenece es un buscador de «libros únicos», es alguien que escribe, con los libros que publica, el mejor libro de todos: su catálogo, que es a la vez su autobiografía. Por eso, frente a la idea de quienes quieren manejar la edición como una industria cualquiera, este libro muestra, a la vez con finura y contundencia, la importancia del editor que defiende y cultiva su marca. Sin la cual todo se achata en una única categoría: la del entretenimiento fácil y el rápido olvido. No es un atractivo menor el recorrido que hace Calasso por su propia memoria, por las grandes personalidades con las que trató, no sólo del ámbito editorial, sino también, claro, del literario; en ese aspecto, es insuperable el retrato que traza aquí, por ejemplo, de Thomas Bernhard. La marca del editor puede leerse como una continuación de Cien cartas a un desconocido, el libro con el que, a través de los textos de las contracubiertas escritas para los libros de Adelphi, Calasso inauguraba sus memorias como editor. La marca del editor completa el trazado de una trayectoria excepcional, el de una estirpe que ha formado nuestra sensibilidad y nuestra cultura, y que ahora más que nunca necesita nuestro reconocimiento.
132 printed pages
Original publication
2014
Publication year
2014
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Quotes

  • b9390763089has quoted4 years ago
    que un joven debe leer hoy si quiere saber algo de la literatura en lengua alemana de los primeros años del siglo XX.
  • Rafael Ramoshas quoted10 hours ago
    ¿Es posible que todo eso se desarrolle sin obstáculos? Nada pasa sin obstáculos. Por eso Kelly se siente enseguida en el deber de precisar, en tono contrito, que sí, es verdad, la digitalización de los libros va un poco lenta, «por culpa de cuestiones de copyright y del hecho físico de que se deben pasar las páginas». Observación preciosa, de la que se deriva cuáles son los enemigos: el copyright ante todo, en cuanto limitación jurídica, y el libro mismo en su forma física, que obliga a determinados gestos específicos, como por ejemplo el de pasar la página. Pero hay además algo profundamente odioso y retrógrado en la forma del libro: la portada. La portada es la piel de ese cuerpo que es el libro. Esto constituye un obstáculo grave si se quiere llevar a cabo la partouze de la biblioteca universal: una partouze interminable e imparable entre cuerpos desprovistos de piel. Ésta es quizá la imagen más eficaz si se quiere borrar cualquier deseo erótico, e incluso volver el eros repelente. En todo caso, continúa Kelly, por fortuna los suizos han inventado un robot que «pasa automáticamente las páginas de cualquier libro mientras lo escanea, a un ritmo de mil páginas por hora». Se puede, entonces, esperar que la partouze prosiga, a partir de ahora, a un ritmo más expeditivo.
  • Rafael Ramoshas quoted10 hours ago
    La humanidad, nos dice, habría «“publicado”, a partir de las tablillas sumerias, no menos de treinta y dos millones de libros». Ésta sería la base de la «biblioteca universal». A continuación interviene el demonio: «¿Por qué detenerse aquí? La biblioteca universal debería incluir una copia de cualquier cuadro, fotografía, película o composición musical producidos por todos los artistas del presente y del pasado. También debería incluir todas las transmisiones radiofónicas y televisivas. También la publicidad. ¿Y cómo olvidar la Red? La gran biblioteca obviamente debe tener una copia de los cientos de millones de páginas web muertas, que ya no están online, y de las decenas de millones de posts en los blogs que ahora se han perdido; la efímera literatura de nuestro tiempo.» Estas últimas palabras, propias de una ensoñación, no disipan el regusto de horror y de parálisis que destilan las precedentes. Se trata acaso de la forma más avanzada de persecución que se haya descrito: la vida rodeada por una vida en la que nada se pierde y todo está condenado a subsistir, siempre disponible y sofocante. En este cuadro, los libros parecen una remota provincia o un reino de opereta. ¿Qué cuentan treinta y dos millones de libros frente a los miles de millones de «páginas web muertas», en crecimiento exponencial? Son éstos los verdaderos muertos vivientes que nos rodean. Mientras leía, pensaba: ¿hay alguien que haya ido más allá? Sí, lo hay: Joe Gould, el magnífico excéntrico de Nueva York narrado por Joseph Mitchell, el hombre que se pasó la vida aparentando que escribía la «historia oral», esa historia ignota que comprende cada una de las palabras dichas en conversaciones de bar (de todos los bares) o en un vagón de metro (de todos los metros) o en cualquier otro lugar. Respecto del plan de Joe Gould, incluso el de Google resulta provinciano y modesto

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