n que están las mías, le dijo. Y Elena, que a pesar del músculo esterno cleido mastoideo, de la baba y de la manga que no se deja calzar quiere seguir viviendo, no cree que su hija haya tenido tampoco voluntad de morirse. No puede creerlo. Pero muerta está. No puede haber subido a ese campanario esa tarde de lluvia, no puede haber atado la soga a la campana para luego pasarla por su cuello, no puede haber hecho ese nudo, no puede haber pateado la silla que la sostenía para dejarse colgar con su peso hasta morir. No puede. Ella no habría podido. Y esa tarde llovía. Elena sabe que no fue un accidente como le ase