Cuando terminó, cerró la Biblia con furia. Aquel venturoso final era una triquiñuela para maquillar lo inexplicable: el dolor, la agonía, el sinsentido de la vida. Solo existía un desenlace feliz para el sufrimiento de Job: la morfina. Habría bastado un buen editor para transformar al caprichoso Dios de los hebreos en camello.