Así ha llegado a formular engendros como calornoso (por calor y bochorno) o extravolar (por extrapolar y valorar); oraciones como “estoy un tanto circunspecta” y “no brindo porque me bebo”. Este suicidio léxico o gramatical tiene lugar casi siempre cuando está cómoda; en situaciones más formales, en las que se espera que responda y resuelva, que establezca prioridades o dé opiniones concretas, se desata en su cabeza una batalla entre su impulso (des)articulador y su esfuerzo por mantener las formas. En el mejor de los casos, el resultado es la emisión de monosílabos más bien crípticos, o bien una perorata incomprensible que se desdice, zigzaguea y se repliega hasta volver al punto de partida. La mayoría de las veces, la contienda se resuelve en una expresión inoportuna que barre con cualquier amago de normalidad y detona miradas de complicidad entre los otros.