Más de sesenta observaciones escritas y fotografiadas por Antígona Mansa sobre la ciudad, sobre la vereda, sobre el cielo, sobre la historia, sobre la tarde, sobre el alivio, sobre la espera, sobre el insomnio, sobre el espejo, sobre el incendio, sobre la fábrica, sobre el paraíso, sobre las hermanas, sobre la verdad, sobre el descuido, sobre otra cosa.
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Todos los relatos empiezan con cuando yo era chica, como si hubiese quedado encerrada en un sintagma.
El lugar preponderante de la historia: si vale la pena contarla, a quién está dirigida, cómo presentar el conflicto y cómo resolverlo. Acá no hay nada de eso. Como en esa película que vi una vez en la que ni siquiera empaticé con la protagonista, no hay trama impuesta ni drama alguno donde me vea obligada a sobrevivir por un par de horas. Si me preguntaran de qué iba esa obra, de qué va esta obra, respondería “ni idea” sin pensarlo dos veces. Sin embargo, fue (es) de las experiencias más valiosas que viví.
No sé si había conectado con este aspecto de mi tristeza antes, una de sus manifestaciones que no conocía o no me animaba a conocer. Una tristeza ingenua, densa, pesada y completa. Estoy enloquecida, alterada en una tranquilidad que reposa sin tiempo, llena de acordes tiernos, sin nadie, sin mí. Conocí otra parte de mi tristeza, es verdad, una que me permitió irme de adentro, quedarme sin nada, sin cerebro, sin cuerpo, sin persona, sin historias.
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Antígona Mansa