Siete casas vacías

Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse.

La gente que esperaba cargaba siempre con algo.

La lista era parte de un plan: Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer.

Solo lo miraba y se recordaba a sí misma datos concretos que nunca analizaba: «hace cincuenta y siete años que estoy casada con este hombre», «esto es mi vida ahora».

Cuando le pido algo a Dios pido así: Dios, vos hacé lo mejor que puedas —y dio un largo suspiro—. De verdad, no pido nada puntual. De tanto escuchar a la gente aprendí que no siempre piden lo que es mejor para ellos

me pregunto si habrá alguna otra manera de abrazar cosas tan descomunalmente grandes como una casa, si será eso lo que mi madre intenta hacer

Intentar descifrar eso ahora podría convertirse en la gota que rebalsa el vaso, la confirmación de cómo mi madre ha estado tirando a la basura mi tiempo desde que tengo memoria.

El día que cumplí ocho años,

Que cuando era una nena, en la cocina de su casa, se charlaba de todo, que le gustaría que su madre todavía la acompañara.

Cree que extraño a mi madre, y no entiende por qué no quiero llamarla.