¿Es por ello letal la pulsión de muerte, es un “instinto de destrucción”, como generalmente se piensa? No; al contrario. Al enfrentarse con la engañosa consistencia del espejo pone un dique a la compulsión de repetición, a la maligna atracción que ejerce la condición de víctima, a la regresión al desamparo infantil. El fantasma de ser otra vez un niño indefenso y dispuesto al sacrificio es fuente de un goce insospechado: el de llorar suplicando la protección del Otro, que se hace, así, omnipotente. La pulsión (de muerte) lleva hacia la muerte por la vía que uno elige, no por la que marca el Otro con sus ideales.